Los antibióticos combaten un mal y son beneficiosos pero el abuso de
la dosificación puede conllevar que ese mal combatido se transforme en
resistente o socave el sistema inmunológico, siendo peor el remedio que
la enfermedad. La bacteria del totalitarismo de alta resistencia en
nuestra democracia proviene, triste paradoja, de cuantos remedios se han
practicado intentando equilibrar la balanza de las libertades de
pensamiento político, incluso arriesgando nuestra razón de ser e
identidad como país.
El abuso de la intención en el entendimiento, acogiendo el
pensamiento de lo minoritario, ha perjudicado el interés general de la
convivencia pacífica hasta el punto de horadar las bases de lo que
parecía un sólido Estado de Derecho hoy amenazado por método de
implosión desde las propias instituciones. La mal entendida permisividad
para con las minorías se ha transformado en la ejecutora de los básicos
derechos del conjunto mayoritario. No deberíamos haber llegado a estos
extremos de resignación por mal entender el concepto de la libertad sin
protegernos de sus enemigos.
En nuestra democracia el sistema electoral ha demostrado que se ha
excedido en el empeño de respetar los derechos de los minoritarios,
pagando un injusto precio la voluntad mayoritaria que está supeditada a
los partidos políticos cuya representación es ínfima y que, sin embargo,
por el aglutinamiento de fuerzas menores, han conseguido llegar al
poder por el que nadie los eligió. Eso no es democracia sino una
aberración surgida del celo por el respeto de las formaciones inferiores
que ha degenerado en la violación intrínseca de la verdadera voluntad
popular. Existen casos de bandolerismo como fue el de Murcia donde las
fuerzas minoritarias han intentado arrebatar el poder al Partido Popular
que estaba a un solo escaño de la mayoría absoluta. Los murcianos
poseían todo el derecho a indignarse asistiendo a tan indeseables
espectáculos de sectarismo sin escrúpulos. Una cuestión es la
democracia, la elección en libre disposición de que la ciudadanía decida
quién ha de gobernar, y otra los cambalaches sectarios que permite una
injusta Ley Electoral no acorde a los tiempos que vivimos. Urgía
reformarla para evitar que millones de ciudadanos fueran regidos por
ínfimas representaciones crecidas mediante coalición, cuando por sí
solas son de inapreciable influencia.
Asistir al aglutinamiento de pequeñas células políticas para
vulnerar la selección genuina de los votantes ha sido aberrante, no
respetándose la lista más votada ni el criterio selectivo de las
mayorías. Para evitar tal calado de injusticia no basta la sugerencia
sino la decisión reformista. Si además esas pequeñas células unificadas
provienen de un radicalismo desaconsejable para cualquier elemental
evolución sociopolítica, esa aberración se convierte en un grave daño
dando cancha de poder a cuantos no lo merecen por sufragio universal,
por mucho que se finja seguir las reglas del juego democrático cuando en
realidad se aprovechan de sus fisuras para intentar exterminarlo.
Ahora el futuro depende, por tercera vez salvo milagro del próximo
viernes, de la inteligencia del votante que habrá de apartar, de cara a
que haya Gobierno, la protesta y la contrariedad si no desea caer en
peor abismo que el del incumplimiento de un programa electoral de los
populares. Dependemos de nosotros mismos para evitar mayores y
futuribles problemas. Dudo de que exista esa inteligencia electoral
conjunta que nos libre de peor destino que el que augura un Rajoy
ensimismado y sin darse por aludido con lo que está en juego. No existe
estímulo pero ello no debería abstenernos de evitar un oscuro horizonte
de extremismos minoritarios gobernando España.
No hay cambio liviano en el PP que subsane los actuales riesgos a
los que estamos expuestos. Al día de hoy no habría existido mejor gesto
de hombre de Estado que la dimisión de Mariano Rajoy con la cabeza bien
alta y adaptándose a las circunstancias por el bien común del país que
gobierna ahora en función perpetua. Un extraordinario gesto de
generosidad responsable que habría facilitado una regeneración del
liberalismo español y la victoria por mayoría absoluta del Partido
Popular en las primeras generales, resarcido el peligro de una hecatombe
que el sistema electoral puede consentir con la alianza de lo
minoritario contra la voluntad de un pueblo soberano. Algo falla cuando
ganándose las elecciones no hay posibilidad de gobernar. Incongruente,
contradictorio y muy arriesgado.
Hoy la España incoherente está gobernada en las autonomías y
municipios por presidentes, alcaldes y concejales que muchos ciudadanos,
por voluntad mayoritaria, no eligieron. Es el resultado de aplicar
lenitivos democráticos para acoger a cuantas corrientes ideológicas
pululan por el solar patrio, desatendiendo aspectos básicos de auto
conservación que son la garantía de nuestra existencia en democracia; la
misma que se intenta dinamitar usando las debilidades propias de un
sistema que elige a sus gobernantes de manera tan imperfecta como poco
práctica a efectos de la legítima justicia social.
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