Carta abierta al escondido Anson
El hombre es semejante a un soplo; sus días son como una sombra que pasa.
- Para
Cuerpo del mensaje
Querido Ignacio:
Recibo tu carta, que he leído con el mayor interés. Te tengo en la más alta consideración
y siento mucho lo que me dices. La labor sustancial del presidente de un periódico es
respetar la acción y los criterios del director. Tienes que hacer un esfuerzo y procurar
respetar la acción y los criterios del director. Tienes que hacer un esfuerzo y procurar
mantener la relación adecuada con Joaquín Vila.
Un fuerte abrazo,
Luis María Anson
---------------------------------------------http://guarradaelimparcial.blogspot.com.es/2015/12/es-anson-patidario-de-la-explotacion-y.html
Oh, ínclito Anson:
Vanidad de vanidades, todo es vanidad, como decía el sabio Predicador en el Libro del Eclesiastés... ¿De qué sirve llegar tan alto después de toda una vida, para luego caer tan bajo en un instante?
Vas a disculparme si te tuteo pues tu actitud personal conmigo ha desnudado la parafernalia de la distinción social. Veo como eres sin adornos ni excelentísimo. Te veo.
Después de tantas honras disfrutadas y honores acumulados, ¿en un momento demostrada tanta carencia? Será que la apariencia engaña hasta que en Justicia se desvela la realidad que es la cosecha de los actos. Tus actos.
Como dirías con académico y abracadabrante estilo: "portando la cachicuerna de la traición en ristre, desde el trono curul de la moral imperturbable en la Presidencia de El Imparcial.es, el acometedor de humanidades por mor de principescos premios contempla impávido la indecencia". Indecencia contra mí, Luis María.
Lo que me lleva a preguntar: ¿cuántas honestidades en apariencia, culminadas en la cúspide del orbe están aupadas sobre los cadáveres de gente honrada, pisada por la falta de escrúpulos y la carencia de básica moralidad?
Pues es solo eso, la ruin apariencia, la insigne muestra de una vergüenza escondida por la que muchos son personajes aclamados que solo son esperpénticas sombras de sí mismos; así no se vea el ser que se oculta tras el engañoso esplendor de las glorias mundanas, siendo ese mismo ser misérrimo valedor de escasas garantías espirituales que no acompañan para, en la ausencia de ellas, poder triunfar terrenamente. Pero... ¡cuánta insensatez de necios pensar que no hay juicio si no hay testigos!
Allá tú con la conciencia. Algo me dice que te arponea cuanto más se acentúa la cuenta atrás para ir hacia el camposanto. No necesito tu aprecio cuando tú tampoco necesitas el mío, percibiendo en tus cariñosas palabras la hipocresía con que se me ha tratado tan injustamente y de modo tan vergonzantemente oportunista. No necesito que me distingas con alta consideración cuando yo siquiera puedo considerarte en la más elemental credibilidad.
Juzga en soledad los últimos años de tu vida, que no te engañe la sublimación del halago con que te alimentas cada día... ¿De qué sirve ser Premio Príncipe de Asturias de las Humanidades y honrado con la exclusividad del reconocimiento público, si luego has sido en privado tan poco fiel a tu palabra e indiferente ante las guarradas inmorales de tus subordinados? Faltaría que fuesen de tu factura.
Después del deleznable trato recibido por el Imparcial.es, pido un trato humano y el justo precio a un trabajo. Dos cuestiones en las que no parece que estés versado si te silencias ante asuntos harto evidentes de honor y respeto por uno mismo ante los demás.
Vanidad de vanidades y solo vanidad... Si es verdad que en este mundo por la marcha definitiva se ha de abandonar la gloria que aplauden los hombres, ¿cuánta del espíritu has acumulado para validarte durante el silencio eterno? Sudores fríos tendría si disfrazara con honor y dignidad otras frivolidades mundanales.
Desde tu pedestal donde no te rozan las brisas de la necesidad humana, me preocuparía severamente al leer las palabras de Jesucristo, quien decía: " Ay de aquellos que sean aclamados por el mundo, porque ya habrán obtenido su recompensa".
Ten por seguro que sé reconocer el valor de la grandeza de los pequeños detalles como el detalle de la miseria personal con que me topo durante este caminar por el submundo de las hipocresías, así sea hasta expuesta la falsedad por la más alta identidad; la persona escondida, la que no se reconoce de tanto que muchos se cuidan de no mostrarla, pues llevo tratando un tiempo con la flor y nata de esta sociedad engañada donde nadie es quien parece ser. Ni siquiera, me temo, Luis María Anson.
Allá con tu conciencia. En mi caso, me has mostrado prescindir del reconocimiento al trabajo ajeno. No esperes que yo reconozca el tuyo sin saber ahora la legitimidad moral de tus éxitos. Conmigo no te has portado nada bien tomándote por paradigma de respetabilidad. Eres un fracaso como ejemplo.
Allá pues tú con tu solitaria conciencia, la que te conoce realmente lejos de los escenarios halagadores, si es que tanto refulgente brillo personal permite verte en el espejo tal cual hoy te contemplo yo, oscuro y falseado. Qué decepción visceral en un instante, tras tanta honra acumulada por una vida.
Vanidad de vanidades y solo vanidad. El tiempo es efímero y cercano el momento de la marcha; con la muerte tras la esquina de tu mañana, decisivo. Espero que hayas podido acumular otro tipo de riquezas menos presumidas; esas más humildes que sí podrás llevar contigo y te mostrarán el verdadero y más válido beneficio de tu existencia. Si no es así te compadezco, porque allí el engaño se sacude al entrar por las puertas de la verdadera realidad.
Allá el traje, aunque te entierren con él, no disimulará una vida demasiado bien aprovechada. Tú, como todos, sabrás cuánto y a costa de quién. Por mi parte, mi sospecha de que nada es lo que parece me la has convertido en vergonzante certeza... para ti.
P.D. Espero que tu falaz director, el de "operaciones indecentes", juzgue de calidad este escrito. No quisiera defraudarte con la "escasísima" calidad de mis columnas, ya borradas de El Imparcial.es; esas que no leía nadie aun estando posicionadas en primeros lugares de Internet que van descabalgando técnicamente para no dejar pruebas...
D. Ignacio Fernández Candela
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