Luis María Anson, el saltimbanqui del separatismo catalán que nombró a Pujol ¡español del año!
Ignacio Fernández Candela.
A pesar de los muchos favores que Luis María Anson ha hecho al independentismo catalán cuando el sectarismo todavía estaba en estado embrionario durante la Transición, no se le puede llamar separatista. Al menos en el sentido puigdemontianode la acepción, pues el ínclito periodista con fama de correveidile del poder que tercie para escalar la montaña altísima de sus vanas ambiciones-polvo somos y en polvo nos convertiremos-, se rasga las vestiduras farisaicas y clama a escándalo, , ¿ahora?, con una memoria selectiva que le impide recordar, por pura vergüenza ajena, que nombró español del año a Jordi Pujol allá por los años ochenta. Y no solo esa aberración, sino que antes le montó una defensa nacional que dio vial libre a posteriores acciones delictivas que han degenerado en el amago de la proclamación de una república… o lo que sea.
En la poltrona directora del ABC, antes de asestar la certera puñalada de la traición a Luca de Tena, sabía que debía arrimarse a los poderosos que pudieran suponer una lanzadera para sus muchos proyectos personales. Allí donde husmeó el dinero, acertó de pleno en entregar las dádivas de la lisonja y enaltecer al capo mayor de la mafia política en Cataluña que era y es el amigo del alma vendida al diablo, Jordi.
Los escrúpulos son pocos en el momento de enriquecerse con una moral fallida tal y como comprobé personalmente como Enrique de Diego, los dos que soportamos el parasitismo contra nuestro trabajo, el mobbing denunciado públicamente-con la verdad incontestable por delante- y que tan hondo ha calado en la imagen pública del octogenario rey del mambo nacional. Pocos escrúpulos basados en el cálculo de beneficios al precio de la especulación sin límite; tal y como ha resultado la saca pujolista que ha puesto en peligro la estabilidad de España para encubrir tejemanejes corruptos durante casi cuarenta años.
Español del Año en 1984, así de ufano e inconsistente era el parecer ansoniano que hoy se escandaliza cuando en el ayer aprovechó la coyuntura para alargar la zancada y llegar a sus metas con ese método oportunista que tan expertamente practica el segundo de a bordo y grumetillo intemporal de su jefe que es el incombustible Joaquín Vila. Incombustible por la cara granítica la de este elemento; no arde ni se inmuta cuando abusa del trabajo ajeno y además practica el matonismo más abyecto, acostumbrado.
Con abyección y cálculo dicen que se premió a un Pujol que ya rendiría cuentas a los colaboracionistas llegado el momento de agradecer los detalles. Unos bailaban el agua mientras otros montaban un corral segregacionista que décadas después ha estado a punto de provocar una crisis definitiva y con tintes de guerra civilismo; tal y como lo pretendió el mercenario-violador pagado por la Generalidad, Julian Assange, para llamar a las armas al catalanismo. No se anduvieron con chiquitas, no será que no lo han intentado todo.
La defensa numantina del premio Príncipe de Asturias de Humanidades-ya ven lo que da de sí la explotación laboral-y de Comunicaciones-ahí si que se la da bien hacerlo secretamente entre despachos- de Pujol ante el escándalo de corrupción de Banca Catalana, lo convierten en el bufón español del separatismo que siendo un circo no le han faltado jamás domadores de fieras y payasos para entretener y distraer a la opinión pública. Las cabriolas del periodista que vive su declive personal han sido verdaderamente espectaculares y hasta ridículas; todo fuera por contentar al director de pista catalanista. Cierto es que el tiempo pone a cada uno en si sitio, la credibilidad de Anson es nula y, por lo que a mí respecta, moralmente extraviada.
Pujol hoy es un decrépito avaro que ha dejado en evidencia la corrupción de una saga familiar putrefacta y Luis María Anson, en su cómodo y obligado retiro porque ya no pinta nada que pueda interesar a nadie, salvo a la guarida donde se esconden los amigos de la explotación laboral, se echa las menudas manos a la cabeza pensante que fue, tirando la piedra del premio del año para abochornarse décadas después del espectáculo que él mismo alentó, no sin cierta dosis de ignorancia, cinismo, además de quién sabe que más razones.
Luis María Anson, el listo que premió al gigante de la corrupción secesionista, cómicamente nombrado Español del Año, toma castaña ansoniana, fue un saltimbanqui de la especulación en defensa del mayor corrupto en quien podía confiar su profesionalidad periodística. Ya es hora de tenerlo en cuenta cuando menta, en cualquier oportunidad su estelar influencia, con una adoración al ego sonrojante.
Todo un alarde de yerro e intrascendencia sus amistades premiadas que pone un broche de oro falso a su trayectoria; la tan extensamente premiada por esos métodos no tan encomiables que se le van descubriendo en la recta final de su carrera insigne hacia ninguna parte.