Los adoradores de la simpleza moral lo son de Mammom: esclavos del triunfo, cegados, no importa el precio que tengan que pagar así se incluya en él la ignorancia del alma. Adoradores de la estupidez los hay a patadas contando los dineros que roban sobre la Tierra. De esos abusadores se ha sabido siempre desde los anales de la Historia, pero también existen seres dignos, honrados y ecuánimes que dan otro ejemplo.
Por eso cuesta creer que alguien como Luis María Anson-a quien tenía en tan alta consideración, como él a mí, decía- haya permitido el abuso repulsivo que ha practicado Joaquín Vila y, no satisfecho con semejante estupidez siendo personaje público, consienta que se dilate el proceso que está dejando en evidencia las más básicas deslealtades a su conciencia profesional y personal que se supone inherente a un personaje de su calado intelectual.
Pero esa apariencia de académica sabiduría poco parece tener que ver con la sapiencia de una conciencia limpia. De ahí que la estulticia, acompañada de la vanidad y la soberbia, conforma el verdadero currículum de cuantos aparentan honorabilidad en sus discursos y prescinden de ella en los asuntos personales. Y dudo mucho que lo sucedido conmigo sea un caso aislado, inclinándome a pensar que estos actos vergonzantes han sido practicados quizá con asiduidad pero con la sordina adecuada para que no trascendiera a lo público.
En este caso, aunque parece que Luis María Anson sigue impertérrito su marcha de prohombre de España, es constatable que la vileza en la actuación de matonismo que ha perpetrado Joaquín Vila le está pringando socialmente y desenmascarando, extendiéndose el semillero de futuras repercusiones personales por tan ridícula como insensible decisión de permitir una explotación tan ruin en su periódico.
De ser lo suficientemente inteligente para colegir que todo acto tiene asegurada su consecuencia habría tomado cartas en el asunto para dirimir esta injusticia, apartando de su lado a un ser abyecto que ha vivido a su sombra, pagando una justa retribución y disculpándose someramente, me basta, por esta guarrada sin nombre; pero no hay inteligencia, ni humildad, ni la práctica sencillez que le advierta de lo muy garrafalmente mal que lo ha estado haciendo.
Segura ignorancia la de Anson. Ignorancia pese al intelecto. Es una prebenda frívola de los encumbrados e imprudentes que creen estar por encima del bien y del mal, la ignara indiferencia por no solo parecer honestos sino serlo.
Lamento ser yo el que se cuestione la trayectoria de Luis María Anson por el detalle de sus aparentes carencias de humanidad; ya ven, el ínclito Premio Príncipe de Asturias de Humanidades cuyo galardón parece un atrezzo contratado mediante favores para escalar posiciones en esta patraña llamada España democrática.
Anson parece haberse convertido en un sorpresivo descubrimiento mío, uno más, sobre esa gente aclamada que entre las cuatro paredes de estar por su casa muestran la imagen real que se les desconoce: un espejismo de vida comprado al precio de una conciencia difuminada. Hasta me va a dar pena tan ciego y con tan poco tiempo de existencia que le va quedando para rectificar actitudes tan insanas. Lo digo por el haber espiritual con el que se irá desnudo de esta Tierra. Insensato.
1 comentario:
La avaricia rompe el saco, me gustaría equivocarme, en verdad siento lástima por por estos que alimentan sus días con saquear a los que somos honrados. No es justo.
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