Esta columna, como muchas otras, cosechó cientos de "me gusta" en Facebook que el ruin tramposo-de juego sucio y de cara granítica, dura como el alma-vila, se encargó de borrar, como he demostrado también con pruebas.
http://guarradaelimparcial.blogspot.com.es/2016/01/respuestaborracho-de-joaquin-vila-y-mi.html
Todo lo demuestro y ratifico con sólidas pruebas sin calumniar, pues digo la verdad, y sin injuriar llamando a cada cuál por lo que califica el rastrerismo de sus puercos actos. Joaquín vila se muestra como un profesional del engaño, un mangante y estafador que birla el trabajo de la gente honrada. Sus premisas morales lindan con la delictiva actuación de estafadores que penan sus delitos en la cárcel. Un aprovechado así no podía valorar unos artículos que escribí acerca de la corrupción en la DGT que el tiempo ha corroborado, siendo yo el primero en la prensa nacional-como en otros temas que traté- que advirtió sobre los sucios tejemanejes que afloran en la institución dirigida por María Seguí.
Lástima de que diera con gente tan poco honrada en la intención y la actuación como son Anson, Vila y los responsables hipócritas y sectarios de la Ortega-Marañón. Ya se sabe lo que se dijo de las perlas a los puercos hace 2.000 años con plena vigencia en la actualidad.
http://guarradaelimparcial.blogspot.com.es/2016/04/los-puercos-comportamientos-de-la.html
Siempre he ayudado en carretera durante mis treinta años de conductor atendiendo accidentes, incluso salvando alguna vida in extremis, la última vez sacando a una chica del coche que empezó a incendiarse después de estrellarse en la A-2 dirección Madrid, pero si encontrara a vila moribundo, desangrándose, echando las tripas por la boca, obraría en consecuencia con la humanidad debida que merece y que él da. Sería así humanitario con el mundo que padece elementos de este cariz maligno, siendo tumores andantes que hay que extirpar de la sociedad si queremos justicia verdadera.
TRIBUNA
¿No habrá corrupción en la DGT?
09/02/2015@18:39:32 GMT+1
Ignacio Fernández Candela
Escritor-Crítico literario
El Consejo de Estado se
tomó a mofa y befa la ocurrencia de limitar la velocidad peatonal y, aparte de la irrisoria ridiculez de tan inefables señores de la DGT,
cabría preguntarse si una revisión mental de algunos miembros del
organismo sería conveniente por el bien de los sufridos conductores que
se sienten, literalmente, perseguidos. Aunque quizá no sea cuestión de
sanidad psicológica lo que puede explicar el acoso y derribo constante
contra millones de personas, sino de la sanidad moral tan ausente en los
representantes de algunas administraciones públicas. No tienen límite y
se nota cuando sueltan majaderías que fuera del ámbito del despacho
harían enrojecer a cualquiera con dos dedos de frente.
No es para tomarse a risa que atenten contra nuestros bienes de modo
tan rastreramente inquisidor. ¿A qué velocidad dice la DGT que ese
factor mata? Impreciso, deliberadamente impreciso. Eso de la velocidad
variable en autovías o autopistas suena a estafa consentida. Tan pronto a
cien, como ochenta, a noventa y a capricho del lumbreras que nos obliga
a mirar más el velocímetro en tramos cortos que atender a la
conducción.
Después de unas décadas en que nos dejaron creer que vivíamos en una
democracia, eso parecía, era previsible que un inescrupuloso funcionario
impusiera normas incoherentes e intolerantes como excusa de seguridad
para esquilmar los bolsillos de los ciudadanos. Tráfico era una mina sin
explotar velando por la seguridad nada más y los políticos-los mismos
que han llevado a la ruina todo un país- hallaron el modo de sacarle
rendimiento a costa de los conductores.
Cumplir las normas es de obligado requerimiento pero en la velocidad
se encontró el comodín para recaudar a destajo con el cínico pretexto de
la seguridad.
Así fue que los radares se convirtieron en el invento ideal para
incrementar la recaudación de manera proporcional al despilfarro de las
administraciones. La metieron doblada porque aquí tenemos tragaderas de
serviles pagadores y no protestamos de verdad. Pere Navarro inauguró la
panacea recaudatoria por encima de la coherencia de la conducción que
debe regir cuando millones se enfrentan con pericia a la exigente labor
de dirigirse por la carretera. Aquel ínclito inaugurador de un saqueo
legalizado salió de rositas siendo culpable de muchas muertes haciendo
creer, desde la supina y ensoberbecida ignorancia, que conducir una moto
de 125 cc era pan comido para cualquiera con carné de coche. Imponía
limitaciones de velocidad cuajando de radares el país mientras el
caradura excedía los límites, cómodamente apoltronado en el asiento
trasero de su automóvil oficial con chófer. Impresentable.
Luego
otra catalana más, de manos del Partido Popular, tomó el relevo y superó
en coerción la política de acoso y derribo convirtiendo la carretera en
un suplicio de difícil comprensión y con tendencia a la extrema
inadaptabilidad de un medio de por sí exigente y que parecen desconocer
los responsables de la DGT.
Criminalizar al conductor por haber
ejercido una actividad experimentada durante décadas fue sólo cuestión
de campañas de concienciación, de lavados de cerebros para convertir en
delitos lo que ni siquiera en una dictadura franquista se consideraron
como tales.
La velocidad mata fue el lema y a partir de ahí llegó la excusa para
combatirla con radares que en principio dijeron de anunciarse, para hoy
haberse convertido en una plaga de picaresca al servicio de las arcas
municipales, autonómicas, provinciales y centrales, escondidos los
agentes como vergonzantes y hasta ridículas aves de rapiña. Pajarracos
voladores vigilan que un solo kilómetro de exceso sea motivo de sanción
con 100 euros y si no los radares de tramo o los escondidos tras los
árboles dan cuenta de cualquier despiste que obliga a tener la mirada
fija en el cuentakilómetros desatendiendo la concentración al volante de
un coche o ante el manillar de una moto. La culpa no es de agentes
subordinados y obligados a ejercer de asaltantes, sino de los que mueven
los miserables hilos de la coerción contra millones de indefensos
conductores. Las alimañas políticas encontraron una excusa perfecta para
robar al ciudadano lo que despilfarraron estafando de manera más
disimulada. Ahora mangan con absoluto descaro e impunidad. No todo
debería valer.
Lo que sucede con la imposición recaudatoria de Tráfico es un
exponente de los caprichos del sometimiento si algunos listos hallan
razones peregrinas para coartar la libertad hasta lo extravagante… basta
que a un idiota se le ocurra advertir sobre los riesgos de cualquier
actividad corriente y asumida para que terminen criminalizando lo que
les venga en gana. Así se imponen las dictaduras. No hay más que
recordar aquella medida zapatética que pretendió multar a los fumadores
que encendieran un cigarro a menos de cien metros de un parque. No soy
fumador, pero advierto cuándo pretenden fumarse nuestras elementales
libertades.
Lo peor es la aceptación de ocurrencias por esa comparsa de despachos
que sólo parece conocer la circulación desde el laboratorio teórico,
basándose en impericias e incapacidades propias. Criminalizan desde la
ignorancia y se creen lo que les dicen… como lo de aquel vergonzante
estudio sobre el cataclismo perceptivo a partir de 130 km/h... Tontos
auténticos, en país de tontos afectados nos hemos convertido con falsas
moralinas de última hornada.
Las incongruencias se suceden como para pensar seriamente en una
revisión mental de semejantes ocurrentes. Permitir la circulación de
bicicletas por el arcén de las autovías y prohibirlo por baja velocidad a
los ciclomotores es una idea que da cuenta de un bajo nivel de
inteligencia digno de análisis.
No contentos con la calzada se atreven con lo que circula por las
aceras. Lo de limitar la velocidad del peatón es una solemne memez
discurrida con ánimo de recaudar en pro de fantasías sancionadoras sin
límites. La Historia demuestra que cuando dirigen memos, la memez es
obligada en las decisiones que atañen a todos. Tragamos casi todo, pero
esto pasa de castaño oscuro cuando la vida peligra precisamente por
hacer caso de aquellos que dicen que cuidan de ella. En Tráfico el
asalto se ha impuesto con sello legal. Una mayoría de votantes coinciden
en ello sin considerar ideal político: estafan sin punición. No extrañe
que algunos depositen su voto en función de la evidente impresión que
recibe de organismos como la DGT y gente como María Seguí.
Millones de conductores se sienten acosados y temen emprender
cualquier viaje, o mover el vehículo por la ciudad, que les escamotee
sus ya mermadas economías. Los acosadores permitidos no encontraron
mejor pretexto que alegar por nuestra seguridad. Y digo yo que es
mentira deleznable. Si fuera por nuestra seguridad, habrían limpiado,
por ejemplo, aquella curva que nos provocó un accidente en motocicleta y
que pudo costarnos la vida para después pasar por una dolorosa
curación. Curva saturada de piedras, cristales y arenilla que seis años
después no se ha limpiado porque nadie se responsabiliza de lo que
parece ser, tal cual, tierra de nadie, cuajada de restos de coches y
motocicletas que siguen cayendo en la trampa asfáltica. Sucede lo mismo
con los llamados puntos negros… inamovibles. Pueden pues, perfectamente,
meterse la seguridad por donde les quepa a estos hipócritas señores del
acoso por nuestra protección.
No puede ordenarse el tráfico
desde un despacho ignorando la naturaleza básica de la actividad de
conducir y desconociendo los factores, los verdaderos, que influyen en
los usuarios de la vía. El caos se ha trasladado a las carreteras y los
conductores perciben una insaciable voracidad recaudatoria que ha
convertido a la Policía Municipal, Autonómica y a la Guardia Civil, en
esbirros de una administración despótica y evidentemente saqueadora cuyo
fin primero es la ilógica imposición bajo el apercibimiento continuo,
criminalizando al ciudadano indefenso y desconcertado.
Hoy en día no se está atento a la carretera, ni a las condiciones del
tráfico. Jamás se habían mirado los cielos o las cunetas para conducir.
La DGT ha transformado el asfalto en un cebo generalizado y estos
funcionarios se han pronunciado con tan ignorante despotismo que no
parecen haber estado jamás a los mandos de un vehículo. La desatención
mata y muy seguramente que la decisión de estos tecnócratas, basada en
el victimismo como excusa para el saqueo, provoca muertos que hasta
ahora eran inexistentes en el asfalto.
Las responsabilidades penales deberían ser consideradas para los
responsables de la DGT que no asumen el verdadero compromiso de la
Seguridad Vial con un estado de las carreteras deplorable. Juan Carlos
Toribio, Motorista de la Guardia Civil, verdadero conocedor de las
condiciones de la conducción, denunció la hipocresía y el cinismo
sangrante de los responsables de Tráfico siendo presionado y coaccionado
para que callara las verdades que denunciaba. La gente piensa que la
DGT funciona como un clan de extorsión pública con el silenciamiento de
sus expertos en carretera, los verdaderos.
¿Así que la velocidad mata? ¿Qué velocidad? No hay nada más peligroso
para conducir que el hastío, la desconcentración por el paso de los
kilómetros a velocidades excesivamente mermadas para trasladarse en
largas distancias, con el peligro de dormirse a los mandos del vehículo o
sucumbir bajo el calor del estío o la dureza invernal cuando se viaja,
por ejemplo, en moto. Cinco millones de usuarios sobre vehículos de dos
ruedas tratan día a día con la desfachatez de una DGT que obvia trampas
asfálticas con las que sí se juegan la vida. El instinto de
supervivencia se merma condicionando de manera rastrera las imposiciones
contra la vital seguridad.
Existe otra realidad constatable si se conduce cotidianamente. El 85%
de los conductores sobrepasa las velocidades impuestas porque la
circulación fluida y razonable ve absurda la reducción. Casi nadie
respeta esos límites que ignoran las verdaderas características de la
conducción, las mismas que han regido durante más de medio siglo para
que lleguen burócratas a imponer las suyas propias del todo
incoherentes, en algunos casos necias y permanentemente peligrosas. La
experiencia responsable en la mayoría de los conductores supera con
mucho las restricciones absurdas.
En Alemania se puede circular a velocidades sin límite en las
denominadas autobahn, siendo extrema comparación que nada ha de ver con
España. La velocidad no mata sino la impericia por desconocimiento de la
experiencia de la conducción. Trazar una curva, dominar el
comportamiento de un vehículo en diversas condiciones, normalizar la
experiencia de conducción a través de millones de kilómetros, no mata
cuando la experiencia es un grado de evolución para llevar a cabo con
seguridad la actividad en la carretera. Mata la falta de experiencia
para ir por encima de las posibilidades, pero no se puede criminalizar
al conductor que sabe manejarse con seguridad y en condiciones
experimentadas que superan con mucho las estrictas limitaciones de
quienes desconocen la experiencia de la carretera. Pretender que
circulemos con vehículos de sobrada seguridad y con el grado de la
experiencia que dan millones de kilómetros durante décadas como si
circuláramos por un circuito de karting para niños, es para millones una
mamarrachada sólo a la altura de impresentables acosadores que no
parecen tener ni repajolera idea de conducir en el medio diario del
transporte sobre ruedas.
La DGT no puede conducir por nosotros, sencillamente porque sus
funcionarios de despacho no parecen haber practicado jamás una
conducción verdadera, responsable y sin alarmismos. Un catedrático de
seguridad vial es un cateto ante cualquier experto conductor. La única
asignatura verdaderamente eficaz es la experiencia. Ningún teórico
debería ser llamado experto.
La impresión sobre la intransigencia recaudatoria que percibo en la
calle es que la DGT está llena de analfabetos de la experiencia en el
asfalto y esa estulticia dictatorial puede acabar matando por obligarnos
a vigilar que no infrinjamos absurdas imposiciones de velocidad...
mientras nos olvidamos de la responsabilidad, radicalmente vital, de
concentrarnos en conducir.
Además, en un país donde las instituciones, la política, la banca, la
empresa, absolutamente casi todas las administraciones-incluso los
presumidos salvadores de la regeneración democrática de nuevo cuño como
Podemos- están inmersas en una corrupción generalizada, pensar que un
organismo como la DGT es limpio manejando al antojo presupuestos con
patente de corso y sin límite de recaudación es como ser tan crédulos de
pensar que existen elefantes rosas voladores. Elefantes rosas no habrá,
pero buitres en el cielo pintada la panza de azul los hay que cuestan
un dineral a los contribuyentes con la obsesión paranoica de quienes,
vaya usted a saber, cualquier día acabamos sabiendo que esconden también
trapos sucios y prebendas inadmisibles favoreciendo a sus gestores.
¿En un país carcomido por la corrupción va a librarse de ella el
organismo con mayor capacidad de recaudación, mediante una maquinaria
incongruente de imposición ilimitada? No me lo creo. La todopoderosa
SGAE tuvo barra libre para extorsionar hasta que fue intervenida; no
debería extrañar que en el futuro surgiera un mayúsculo escándalo de
corruptelas, resultado previsible de la explotación chulesca y sin
límite que practican impunemente los responsables de Tráfico.