GUARRADA

guarrada. (De guarro1). 1. f. Porquería, suciedad, inmundicia. 2. f. Acción sucia e indecente. 3. f. coloq. Mala pasada. Real Academia Española

lunes, 19 de septiembre de 2016

La cruz de Cela y el fariseo Anson


Artículo en Las nueve musas por Ignacio Fernández Candela.  

http://lasnuevemusas.com/not/9656/la-cruz-de-cela-y-el-fariseo-anson/

Trabajar con gente honrada, honesta, íntegra, ética y con decencia moral es una excepcional compensación después de tratar con las execrables honorabilidades de parásitos y caraduras que roban el trabajo ajeno y abusan repugnantemente de personas honradas.

 Ser consejero editorial y jefe de Opinión de un semanario multidisciplinar de artes, ciencias y humanidades, conlleva una insoslayable misión de desenmascarar a truhanes cuyas obras y actitudes personales no están en consonancia con la ética elemental que deberían mostrar.

Mi artículo de este lunes trata del plagio de Cela y de la jeta que se gasta el insigne Anson robando de manera bastante guarra el trabajo de los demás. Joaquín Vila, director de el chapucero El Imparcial.es,  es un ser abyecto y singular según sus actitudes ampliamente referidas en este blog ajustadas a la verdad, de cara granítica y pocos escrúpulos para parasitar del trabajo de otro e intentar destruirlo moralmente. 

Ambos no están retratados por mí en La Guarrada de El Imparcial.es. Ética según Anson que arrasa por las redes sociales y buscadores, sino por ellos mismos. Constato el repugnante engaño durante décadas en este país,  ese fétido hedor de lo falsario con tantas apariencias de dignidad que ocultan sangrantes hipocresías. Así nos va con gente encumbrada, referentes morales, Dios nos asista,  como Anson y compañía.

Mi artículo de este lunes en Las nueve musas:


Ignacio Fernández Candela
Consejero Editorial-Jefe de Opinión
Domingo, 18 de septiembre de 2016

Un pelota con clase

La cruz de Cela y el fariseo Anson

La cruz de Cela es sin duda la de San Andrés con la que ganó amañadamente el Premio Planeta en 1994. Con la cruz novelada implícitamente se conocieron las sombras y el deshonor del plagio.
Hay pedestales que no se soportan sin desenmascarar al farsante que se encaramó a él con malas artes disimuladas. En el caso del ingenioso y orondo escritor un trazo grueso de rúbrica con la tinta desbocada emborronó el mérito del prolífico creador, pero como él no hay pocos farsantes en la dignidad que no hayan proliferado durante décadas en democracia siendo favorecidos por intereses especulativos con carácter de engaño. Cela tan solo siguió la corriente sinvergüenza que ha recorrido España durante décadas, encumbrando estafadores con sacrosanta apariencia de honorabilidad.

  Carmen Formoso, la autora verdadera de la novela, aún tuvo que aguantar los desplantes y descalificaciones del Nobel cuando este se vio al descubierto con una maniobra tan execrable de abuso que se ideó bajo los auspicios del propio José Manuel Lara Bosch. Una historia rocambolesca de rufianes como paradigma de los miserables entresijos que el público ignora sobre el submundo de la cultura al más alto nivel.

  Don Camilo José Cela tiene perdón porque fue Nobel de Literatura y además dejó que le dorase la píldora Marina Castaño, señora de reconocido prestigio acorde a su esmerada habilidad para enredar al autor y hacerse un hueco por nada, pero bien arrimada. Figuras crecidas al amparo de notoriedades artificiosamente construidas en un país donde nada fue genuino, a no ser por la legitimidad del engaño con que muchos han creído tener derecho para trepar y apoltronarse en los tronos de la fama.

  España no está pútrida por casualidad. Los personajes que han servido como paradigma moral están al descubierto como sus miserias ocultas durante tanto tiempo.


   Así es explicable que un Felipe González, el saqueador del 10% del PIB durante sus años de presidencia, sea considerado honorable benefactor patrio  en tanto en cuanto legitimó actuaciones presuntamente delictivas acaparando las influencias jurídicas al más alto nivel y beneficiando a poderosos amigos para asegurarse una jubilación impune y enriquecedora. En un país corrupto no es extraño que se glorifique a los causantes de sus males. Sigue esos designios del destino en que los tiranos son reverenciados y glosados como si las obras más execrables fueran motivo para interpretarlas como gestas. Siempre hay muñidores comprados y ruines vendidos dispuestos a negociar, magnificando al miserable y denostando a los críticos del señor que paga el servicio mercenario.

    Luis María Anson, verbigracia,  es un loador paradigmático; un pelota con clase; un distinguido acólito de la tribu de los halagadores que arrastrando la lengua puso las babas al servicio de los señores que mejor supieron pagar sus condicionales y farragosos ditirambos, a decir público de muchos. Fariseo motivado que no motivador-los beneficios de su fingida humanidad son para él mismo-es un adorno sin alma que aprovecha la sociedad para lucirse. No da más de sí. Vanidad de vanidades y solo vanidad.

   Más trovador que prosista, Anson hizo sonar sus cascabeles visitando  los despachos del poder. Consiguió que se familiarizasen con sus cabriolas intelectuales y le rieron las bufonescas gracias cuanto prócer de la patria advirtió que se le daba bien la profesión de fontanero antes que la de periodista. Algunos abrieron la fosa séptica para ventilarla y confundir los hedores con ese ambientador andante en que se constituyó el ambicioso merodeador. Siempre cercano a las miserias del poder hizo grandes a no pocos truhanes en un cambalache de distinciones, negocios y premios  que al día de hoy exhibe para encubrir actitudes que dicen poco de su ética personal y profesional.

  Si existe disposición en ciertas personalidades para prescindir de la ética y la dignidad excusándose en el éxito y la posición, es lógico pensar que algo huele mal en el rastro biográfico. Porque si estando en la cima se obra tan suciamente, ¿qué no se habrá hecho durante la escalada? La respuesta está en el desfase y la degeneración moral que dirigen este país desde tantos aspectos y perspectivas,  en lo que puede considerarse el declive de cuarenta años de democracia con acusada fase de extinción.

  No puedo estar de acuerdo con Luis María Anson en sus loas al premio Nobel que fue Camilo José Cela. No porque disienta del criterio acerca de su excepcional Literatura que legó a la humanidad sino porque las escribe Luis María Anson; carente de credibilidad como de ética en sus actuaciones profesionales,  siendo capaz de aprovecharse del trabajo ajeno sin mínimo atisbo de vergüenza personal; el mismo que entroniza a los tunantes y exhibe ufano sus muchos premios y distinciones —como es un Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades— mostrando con absoluta simpleza la esencia moral que rige sus criterios profesionales; el mismo que elogia al presidente que saqueó España con total impunidad asegurándose estar por encima de la Justicia; el mismo que roba trabajo de un colaborador y se lucra con el esfuerzo ajeno… ese mismo carente de credibilidad por el testimonio de sus misérrimas actuaciones sigue aconsejando sobre la salud moral de España. Tanta integridad como la de Cela plagiando una novela para embolsarse unos cuantos millones de pesetas en un plan urdido por el insigne Lara.

   Al menos Cela fue premio Nobel y el otro está muerto. Anson, sin ser lo uno y esperando lo otro,  sigue disimulando.

Ignacio Fernández Candela

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