GUARRADA

guarrada. (De guarro1). 1. f. Porquería, suciedad, inmundicia. 2. f. Acción sucia e indecente. 3. f. coloq. Mala pasada. Real Academia Española

jueves, 6 de octubre de 2016

De haber sido Anson y Vila honrados...



Este artículo publicado en Las nueve musas-donde ejerzo de consejero editorial y jefe de sección-Opinión-, podría estar en El Imparcial.es de haber encontrado honradez en Luis María Anson y decencia humana en Joaquín Vila. Mis artículos son muy leídos y valorados. No hay ningún guarro que borre las preferencias lectoras por las redes sociales.

Así sucede con los publicados en Rambla Libre con gente muy interesada en saber qué hay detrás de la apariencia pulcra en las formas de Luis María Anson que se comporta de manera pútrida en cuanto a los fondos éticos y morales. Cuestiones que están conformando una serie de publicaciones en busca de cierta justicia elemental contra la hipocresía más lacerante practicada por estos impresentables ejemplos de caduca honorabilidad, definidos por sus actos.

http://lasnuevemusas.com/not/9762/golpe-a-pedro-sanchez/

Ante la prudencia electoral
GOLPE A PEDRO SÁNCHEZ

Los políticos no advierten la inteligencia de los electores en este inmenso tablero de ajedrez donde las dos españas están confrontadas frente a las urnas.
Contienden inteligentemente, imponiendo una voluntad de criterio que sobrepasa el análisis de la situación que los partidos políticos pervierten buscando intereses proselitistas, mientras los ciudadanos observan y deciden la estrategia que sus representantes han de llevar a cabo.
  
   ¿Es inteligente mantener un país sin dirección gubernativa? Lo es tratándose de la voluntad soberana de un pueblo al que no convencen sus representantes políticos. Lo cierto es que esta situación de hastío se ha convertido en una decisión madura de unos electores que representan democráticamente la traducción institucional de esta complicada Torre de Babel donde tantas lenguas pretenden imponer una comunicación que satura políticamente. Y esto no es un castigo divino sino el resultado de dar rienda suelta y alimentar los intereses dispares de cada cual hasta el extremo de que múltiples codicias pretendan llevarse el mejor bocado de un conjunto nacional que se resiste para no sucumbir en el embate del todos contra todos. Se defiende este país por sus electores, siendo la voluntad popular fiel reflejo de una intención que trata a sus políticos como si fueran títeres. Pura sabiduría.


   El pueblo está sacando los colores a sus representantes. No a los rivales sino al conjunto político, a la sazón los culpables de las miserias del país.


Vota sin convencimiento pero firmemente enojado, con la prioridad de la crítica antes que la del consenso. Busca plasmar democráticamente la constancia de los descontentos sin dejar de poner a prueba a los candidatos. No es un voto inamovible sino susceptible de cambio así como lo es también la decisión de votar en blanco. La ciudadanía está probando y no deja de observar.
  
   Las antes inevitables elecciones generales  iban a conllevar más decisión práctica y menos vacilación, buscando reflejar la insatisfacción pero en la apuesta por levantar el castigo a los causantes de los males, así remediar peores incertidumbres. Lo de Galicia no es casualidad ni un capricho temporal, sino una oportunidad sin que se pueda decir que hay un gesto de confianza. Es la listeza del ciudadano que no tensa más la cuerda sabiendo lo que se juega por las novedades de tintes bolivarianos en unión con los múltiples partidos que pretenden la escisión del territorio español.

   Ceder no significaría dejar de tener la sartén por el mango. El pueblo ante las urnas cocina a sus políticos y, si es menester la antropofagia para sobrevivir, se los fagocita. Tal cual sucede con los perdedores de estas últimas  elecciones autonómicas que son las marionetas de lo que verdaderamente mueve enérgicamente los hilos: la hartura de una soberana voluntad popular.
 

  Los ciudadanos de derecha e izquierda tienen muy claro cuál es el percal político existente y con quién se están jugando los cuartos de sus ahorros y de sus vidas enteras. Ellos mandan y si hay que poner al político a hacer el pino lo obligarán a dar su discurso boca bajo. Es la realidad inteligente de un país que no traga a la clase política pero sabe muy bien lo que arriesga y hasta cuánto puede apretar la soga del inconformismo sin llegar a estrangularse.

  Dos elecciones generales, otra que parecía en ciernes antes del golpe de mano contra el díscolo Sánchez,  y antes las municipales brindando la alternativa a los aficionados populistas, los ciudadanos no han dado el brazo a torcer exhibiendo la ineptitud de quienes los representan. Pero hay cambio de ritmo. Unas autonómicas en Galicia y País Vasco dirigen el timón con orientación previsiblemente resolutiva,  después de navegar en círculos y con la calma chicha de la aprensión hacia las promesas políticas.

  En este barco los grumetes son de la clase política, porque lo que marca el norte socio político del país con este inédito estadio de indecisión para formar un Gobierno estable, es la actitud de los electores frente a la política nacional.  Están representados todos según una percepción anímica que es lo que trasciende diáfanamente para comprender la duda y el hartazgo de la calle como primordial motivación a la hora de depositar un voto.
 

   Las últimas elecciones en Galicia y en el País Vasco aclaran aparentemente el panorama y despejan las incógnitas de la indecisión que ha regido el horizonte político estos últimos meses, cuando hasta anteayer parecíamos  abocados a una nueva cita electoral para intentar dirimir el vacío de poder cuyos perjuicios son evidentes e insostenibles sin atisbo de solución. Aclaran solo aparentemente.
  
  El triunfo del PP está condicionado por el hartazgo de los gallegos que quisieron probar suerte con las mareas populistas. No es una reconciliación del electorado del Partido Popular sino una decisión de supervivencia para evitar que influyan en sus vidas peores condicionamientos socio políticos de extremismos que se saben ya dañosos después de mostrar las intenciones. Los gallegos han dejado de echar el pulso al partido que nos les convenció para evitar peores males del radicalismo independentista, entre otros. La deriva separatista no hace patria gallega que parece estar incondicionalmente unida al destino de la España conjunta.

  Las bases militantes del PSOE han dejado patente su desilusión sin cejar en el empeño de seguir retando al partido de Pedro Sánchez que no parece estar en consonancia con los deseos electorales de sus seguidores. Al no perder mucho por no jugarse nada, los gallegos y los vascos han querido puntualizar el descontento  prolongado mostrando la evidencia de falta de liderazgo que pretendía imponer de manera caciquil el ya ex secretario general que, como respuesta a los nefastos resultados, se enfrentaba a los críticos con chulescas actitudes, no obstante se jugaba la supervivencia personal a costa de un desgastado socialismo incapaz de contraponer una alternativa.

  El bipartidismo, nos guste o no,  es el objeto del reto siendo satélites y factores complementarios las demás fuerzas políticas. La prueba condicional a los políticos sigue concentrándose en los partidos de la casta. Ciudadanos no convence en esa difícil posición de ser la bisagra que cuando contenta a unos pierde las simpatías de otros. Un inmaduro Rivera todavía no ha aprendido que no se puede intentar satisfacer a todo el mundo, en vez de posicionar un credo que aun siendo versátil debería ser inequívoco para no sembrar la confusión.
   
Todos parecen saber cuál es el sitio donde les pone el votante. Todos menos el ególatra Pedro Sánchez que a otrora simpatizantes como a detractores de siempre los puso de acuerdo para contemplar indiferentes cómo se colgaba de la soga de su ineptitud y necedad personales. Él mismo ha apretado el nudo y ya nadie tiene interés en mirar cómo se quiebra el cuello de la ambición, porque no se recuerda peor parasitación personalista, a cuenta de la política nacional, vendiendo a todos los suyos. Con Comité Federal o sin él,  Sánchez había dado un salto al vacío donde no cabía la marcha atrás. Los crujidos se escucharon el sábado evitándose el heterodoxo gobierno del cambio que habría acabado con el PSOE siendo testigo interesado la complacencia podemita. 

  El bloqueo puede darse por finalizado con la caída del insurrecto ex secretario general que estaba dispuesto a venderse gobernando junto a un totum revolutum de socios intrigantes e imprevisibles. Pero es solo una estrategia de supervivencia en un partido que espera su oportunidad si Rajoy no aprende la lección de la deslealtad en cuanto al compromiso electoral.

  Con esa simuladora corrección política que tanto nos ha dañado por sus hipócritas ocultaciones, las espadas están en alto que no los cuchillos entre los dientes. Esto torna a parecer un duelo entre caballeros de la política, aunque ya nadie confíe en los principios de los contendientes ni en la utilidad de los candidatos. 

Encorajinados, otros tendrán que seguir sin izar el pabellón pirata aun tan cerca como han estado del abordaje de España.

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