Si yo tuviera el estilo garrulo con que escribe o dirige El Imparcial.es Joaquín Vila y me gastara un carácter chulesco por haber tenido vida fácil pisando los derechos de mi prójimo-siendo un miserable abusador con trazas de matonismo-, al ver en la Sexta este fin de semana a Luis María Anson, escribiría un titular sensacionalista a toda plana como el de esta entrada; con el mismo carácter tramposo con que lo hicieron otros para vender más periódicos engañando a los lectores.
El caso es que no tiene buena cara. No solo parece constreñido sino que hay algo en la expresión que sugiere una salud precipitada. Atiborrarse de comilonas con el dinero mangado al trabajo ajeno trae consigo dos consecuencias insanas:
1- No imagino al solemne Anson con el ceremonial de cada amanecer para embutirse en un traje que se le revienta por todas las costuras ocultando a duras penas tan orondo cuerpazo. La gula no solo es un pecado del alma sino una evidente apariencia física, con peculiar énfasis estético, cuando se intenta casar la elegancia con la imposibilidad de mal disimular un tanto ridículo desprendimiento de carnes con andares bamboleantes. Pareciera el prestigioso académico ante lo público, poco honesto y desleal a la ética personal en lo privado según su comportamiento aprovechado, un bolo solitario a punto de caerse por ese pleno que la existencia propina con final del juego incluido.
2- Acumular en la conciencia, hasta el momento del suspiro definitivo, el detritus de la actitud hipócrita, engañadora y falseada, puede ser causa de un instantáneo reventón de arrepentimiento en el último instante, siendo entonces consciente de que no todo ha sido tan limpio como se ha pretendido disimular.
Que se acabe todo de un plumazo después de haber escrito tanta historia, historias y mandangas como monsergas sobre la cultura de lo civilizado, sobre el orden del pensamiento en el papel y el desorganizado chanchullo moralista de tanta teoría-aconsejada a los demás para luego pasarse por el forro de los calzones la práctica de lo íntegro en lo personal-no sale a cuenta con el último suspiro.
Cuando vi a Anson este sábado pasado en la Sexta, hablando de Aznar, sentí un poco de lástima recordando las palabras del sabio Cohelet: "Vanidad de vanidades y solo vanidad". Está tan congestionado que la soberbia se le desparrama igual que el gaznate estrangulado por el nudo de la corbata.
Anson ha sido todo lo listo que se podía esperar de alguien que aprovechó cada ola del poder para encumbrarse personalmente. En la cresta siempre de olas o de corceles; ha cabalgado en los lomos de unos y otros, agarrándose a las crines de los jamelgos que terciaban durante su presuroso camino hacia la fama o alzado en las olas, eso sí, sin mojarse. Adular al poderoso de turno y desprenderse del que caía en desgracia, disimulando neutralidad que luego no era tal en beneficios personales que fue acumulando con reuniones privadas para seguir dando el cante público.
Un contumaz estratega que parecía estar al margen permaneciendo en el núcleo de las ambiciones de otros para alcanzar las suyas. Un Rasputín español al que pronto se le habrá acabado la tinta invisible con la que ha escrito su vida pues no conviene que se sepan ciertas cuestiones que le han aupado siendo mensajero, correveidile, dicen, de muchos.
Lo que más lástima me da es que cuando este gran dechado de virtudes públicas que es Anson-otra cuestión son sus secretos personales, menos confesables quizá, para llegar donde ha llegado- se vaya a rendir cuentas trampeadas al otro lado, pobre, ¿qué será del adoptado Joaquín Vila, fiero cancerbero de su amo, con esa chulería tan propia sin nadie que le eche la carne que tan agradecidamente devora con principios éticos tan fieramente desvergonzados? Pobres colmillos romos de lo sanguinario, ¡qué poco morderán por sí solos!
No irá la criatura a llorar donde la tumba del mentor, acaso yazca enferma por los excesos de una vida tan confiada que se le supuran por la cara granítica.
Conciencia, la eterna desmemoriada para algunos, se hará latente dando a cada uno lo suyo. Lo cierto es que Anson ya no cabe en el traje ni parece que se le vaya a dilatar más la existencia. Con lo bien que le iría una dieta reflexionando sobre esas cuestiones de ética olvidada y pagándome un precio justo a un trabajo que se me debe junto a una disculpa.
Terminará reventando por los banquetes y por la mezquina avaricia que se embolsa para seguir llenándose la barriga. Hasta que el cuerpo le aguante no dando más de sí.
En tanto, hasta que llegue el momento, los principios morales de Anson parece que siguen siendo tan flexibles como dura la cara del director Vila. Tal para cual.